Suena a complicado. No resulta tan sencillo como cambiar una simple lámpara. Sin embargo, cambiar los frenos del coche no es tan difícil como creemos. Solo es necesario saber cómo hacerlo y tener una mínima base de conocimientos de mecánica para no tener que pasar por el taller mecánico de turno, donde seguramente nos van a cobrar una cantidad que no nos hará ni chispa de gracia.
Una de las partes más importantes
En primer lugar, hay que ser consciente de la importancia de circular con un sistema de frenado en condiciones. Es parte de la seguridad activa del coche y no hay que jugársela.
El desgaste de los mismos varía en función del uso que le demos al coche. Si te mueves mucho por ciudad o por carreteras secundarias plagadas de curvas, te durarán bastante menos que si sueles moverte por autopistas o autovías. En cualquier caso, y para que tengas una referencia, debes saber que normalmente hay que cambiar las pastillas delanteras a los 40.000 kilómetros, mientras que los discos pueden durar unos 80.000 kilómetros perfectamente.
Recambios y herramientas
Por Internet podrás comprar los recambios que te harán falta, que normalmente son un juego de discos y pastillas de la marca que tú decidas. Evidentemente, tampoco te podrán faltar las herramientas necesarias, como por ejemplo una carraca, llaves fijas y llaves de tubo. Tampoco te vendrá nada mal un gato (si es hidráulico mejor que mejor) y una mordaza de presión para «jugar» con el pistón de la pinza de freno.
Si vas a cambiar los frenos traseros, necesitarás una herramienta especial, ya que vienen con una rosca interna. En ese caso lo más recomendable es que acudas a un taller mecánico. No vale la pena complicarse la vida. Lo mismo para cualquier tipo de complicación. No puedes dejar los frenos a medias o mal montados. Si no sabes cómo continuar, lo mejor que puedes hacer es volver a dejarlo como estaba y llevar el coche al taller (puedes proporcionarles las piezas que has comprado).
Paso a Paso
Lo primero que hay que hacer es aflojar los tornillos de la rueda y levantar el coche con la ayuda del gato. Acto seguido hay que fijarse en la pastilla de freno, que va sujetada con dos tornillos. Podrás retirarlos con una llave fija y otra de tubo.
El siguiente paso es retirar la pinza para poder echar un vistazo a las pinzas de freno. Solo hay que tirar de ellas para quedárselas en la mano. La diferencia de grosor entre una pastilla nueva y una pastilla vieja puede ser brutal. Solo hay que comparar una de las que llevábamos con una de las que acabamos de comprar para darse cuenta de ello.
El pistón de la pinza, el encargado de frenar el coche comprimiéndola cuando pisamos el pedal de freno, es muy probable que se haya salido de su posición original, que es dentro de la pinza. En ese caso hay que corregir su posición con una mordaza de presión con la que se puede apretar con fuerza.
Una vez comprimido el pistón, hay que atar la pinza a cualquier elemento de la suspensión con una cuerda. Así se evita que quede colgando del latiguillo de freno, que con tanto peso podría terminar destrozado.
A continuación hay que retirar el soporte de la pinza con una llave de tubo. Son tornillos duros como una piedra, así que hay que hacer mucha fuerza. El disco se quita aflojando los dos tornillos que lo sujetan. Una vez extraídos, hay que asegurarse de que son del mismo diámetro que los nuevos, porque de lo contrario no encajarán.
Los discos nuevos llevan una capa protectora para que no se oxiden. Eso significa que tendrás que limpiarlos con un líquido desengrasante para que funcionen bien desde la primera frenada. Lo colocas junto a los dos tornillos que habías aflojado antes y sustituyes las pastillas viejas por las nuevas metiéndolas a presión.
Vuelves a poner los dos tornillos que sujetan el soporte de la pinza y pones las nuevas pastillas en la misma posición en la que estaban las antiguas. Atornillas sin pasarte de fuerza y ya tienes una rueda lista. Ahora te tocará hacer lo mismo en la otra rueda del eje delantero.